Señor
de las armas, te miro. Con mis ojos purulentos de glaucoma, mis pies descalzos,
mi panza hinchada por el vacío del hambre y mis huesos sin calcio.
Te
miro. Desde la canilla a la que llego después de recorrer mil metros para llenar
un bidón con agua y mierda; desde los campos yermos a los que me confinaste;
desde la sala del vacunatorio donde me inyectan la prevención del mal que me
inyectaste.
Te
miro. A través de la neblina de glifosato y mientras camino por los barros de
petróleo y cianuro.
Soy
el que come tu basura, el que bebe tus orines, el que atraviesa
subrepticiamente tus fronteras doradas para llevarte el sueño blanco.
Veo
tus cruces de fuego y tus capuchas albas, tu Enola Gay radiante sobrevolando el
océano, tu lluvia defoliante y tu napalm.
Soy
el que vende a los hijos, el que trafica sus órganos, el que mata y viola por
encargo, el borracho, el jugador, el fumador de paco.
Vivo
en la casa tomada, en la villa, en la favela, en las chabolas y caravanas
destartaladas, en portales, bancos de plaza y bajo las autopistas.
Señor
de las armas, te observo. Te vi asesinar al asesino Bin Laden. Vi las filas de
lápidas blancas alineadas sobre el césped de Arlington.
Voy
aprendiendo tu idioma y tu mapa. Hiroshima, Vietnam, Playa Girón, El Salvador, Guatemala,
Nicaragua, Malvinas, Irak, Afganistán, Gaza, Mali.
Observo
quienes son tus amigos de toda la vida. Próceres del mundo entero: Fulgencio
Batista, Idi Amín Dadá, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner, Papá Doc, Nguyên Van Thieu, Pinochet y Videla.
Muero
por comprar tus mejores inventos: Coca-cola, Winchester, Smith & Wesson,
Remington, Ford y Texaco.
Asimilo
tus enseñanzas. Aprendí la técnica del submarino seco, la picana en los
testículos, las pinzas que arrancan uñas y los marines que mean libros sagrados
en Guantánamo.
Aprendo,
sí. Tus navidades nevadas, tu manteca de maní, tu caucho, tus hamburguesas
chorreando salsa roja, tu justicia blanca, tu día de acción de gracias al señor
por tu sueño de plástico y tus matanzas de escolares.
Conozco
tus proyectos: La doctrina Monroe, el plan Marshal, la Otan, la Alianza para el
Progreso, Liberia, el Fmi, el Nafta y el Alca, la Guerra de las Galaxias.
Te
miro. Ladrón de Texas, padre de la maquila, matador de indios, mutilador universal.
Reconozco
en tu escudo el águila calva. Ladrona, cruza de buitre y reina de los piratas.
Tenías que elegir un ave de rapiña para representar tu calaña, única en
América.
Soy
uno de los repugnantes del Sur. Soy del cóndor, del hornero, del tucán y del
flamenco. Soy uno más como los de Mozambique, Zambia y Burundi.
Tengo
mi propia medida del tiempo. En el Sur, cada tres segundos y medio muere de
hambre un niño. Treinta mil por día, novecientos mil por mes, diez millones
novecientos cincuenta mil por año.
Hablás
todas las lenguas, vestís todos los uniformes, contaminás todos los mares. Tus
socios imparten órdenes en alemán y francés; tus alcahuetes entienden y obedecen.
Prepará
tus misiles para Guibón, Isla de Pascua y Kenia. Mantené tus cámaras en los
satélites sobre Perú, Indonesia y Timor Oriental. Asegurá que todas tus plagas
estén a punto. Vengan a nos tus drones.
Seguro
que estudiaste la historia de Alejandro de Macedonia, Timur-i Lang, Napoleón Bonaparte
y Hitler. Todos los imperios se derrumban tarde o temprano. No basta con ser el
señor de las armas. Aún te falta ser el señor de las almas.
Señor
de las armas, te miro. Con mis ojos purulentos de glaucoma, mis pies descalzos,
mi panza hinchada por el vacío del hambre y mis huesos sin calcio.
Te
miro. Desde la canilla a la que llego después de recorrer mil metros para llenar
un bidón con agua y mierda; desde los campos yermos a los que me confinaste;
desde la sala del vacunatorio donde me inyectan la prevención del mal que me
inyectaste.
Te
miro. A través de la neblina de glifosato y mientras camino por los barros de
petróleo y cianuro.
Soy
el que come tu basura, el que bebe tus orines, el que atraviesa
subrepticiamente tus fronteras doradas para llevarte el sueño blanco.
Veo
tus cruces de fuego y tus capuchas albas, tu Enola Gay radiante sobrevolando el
océano, tu lluvia defoliante y tu napalm.
Soy
el que vende a los hijos, el que trafica sus órganos, el que mata y viola por
encargo, el borracho, el jugador, el fumador de paco.
Vivo
en la casa tomada, en la villa, en la favela, en las chabolas y caravanas
destartaladas, en portales, bancos de plaza y bajo las autopistas.
Señor
de las armas, te observo. Te vi asesinar al asesino Bin Laden. Vi las filas de
lápidas blancas alineadas sobre el césped de Arlington.
Voy
aprendiendo tu idioma y tu mapa. Hiroshima, Vietnam, Playa Girón, El Salvador, Guatemala,
Nicaragua, Malvinas, Irak, Afganistán, Gaza, Mali.
Observo
quienes son tus amigos de toda la vida. Próceres del mundo entero: Fulgencio
Batista, Idi Amín Dadá, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner, Papá Doc, Nguyên Van Thieu, Pinochet y Videla.
Muero
por comprar tus mejores inventos: Coca-cola, Winchester, Smith & Wesson,
Remington, Ford y Texaco.
Asimilo
tus enseñanzas. Aprendí la técnica del submarino seco, la picana en los
testículos, las pinzas que arrancan uñas y los marines que mean libros sagrados
en Guantánamo.
Aprendo,
sí. Tus navidades nevadas, tu manteca de maní, tu caucho, tus hamburguesas
chorreando salsa roja, tu justicia blanca, tu día de acción de gracias al señor
por tu sueño de plástico y tus matanzas de escolares.
Conozco
tus proyectos: La doctrina Monroe, el plan Marshal, la Otan, la Alianza para el
Progreso, Liberia, el Fmi, el Nafta y el Alca, la Guerra de las Galaxias.
Te
miro. Ladrón de Texas, padre de la maquila, matador de indios, mutilador universal.
Reconozco
en tu escudo el águila calva. Ladrona, cruza de buitre y reina de los piratas.
Tenías que elegir un ave de rapiña para representar tu calaña, única en
América.
Soy
uno de los repugnantes del Sur. Soy del cóndor, del hornero, del tucán y del
flamenco. Soy uno más como los de Mozambique, Zambia y Burundi.
Tengo
mi propia medida del tiempo. En el Sur, cada tres segundos y medio muere de
hambre un niño. Treinta mil por día, novecientos mil por mes, diez millones
novecientos cincuenta mil por año.
Hablás
todas las lenguas, vestís todos los uniformes, contaminás todos los mares. Tus
socios imparten órdenes en alemán y francés; tus alcahuetes entienden y obedecen.
Prepará
tus misiles para Guibón, Isla de Pascua y Kenia. Mantené tus cámaras en los
satélites sobre Perú, Indonesia y Timor Oriental. Asegurá que todas tus plagas
estén a punto. Vengan a nos tus drones.
Seguro
que estudiaste la historia de Alejandro de Macedonia, Timur-i Lang, Napoleón Bonaparte
y Hitler. Todos los imperios se derrumban tarde o temprano. No basta con ser el
señor de las armas. Aún te falta ser el señor de las almas.