martes, 10 de diciembre de 2013

Señor de los cuarteles

Después de los acuartelamientos, los cobani vuelven a sus quintas.
La droga vuelve a circular por la ruta 28,
las muchachas robadas vuelven a las camas trasegadas de los quilombos,
los chicos vuelven a la venta de paco vigilados por la gorra,
en alguna celda golpean a un pibe y lo ahorcan usando las mangas del buzo, trabajan las porras, saltan las chispas sobre la parrilla, corren sobres y bolsitas.
Vuelven los sucios a su trabajo sucio, vuelven los cordones entorchados de oro a simular sumisión al sistema, vuelven los políticos al pie para pedir favores de acero empavonado.
Quedan atrás algunas muertes, nada importante, unos pocos negrazos perdidos en el montón, entreverados en la turba que manoteaba equipos de audio y televisores, espejitos de colores que les costaron esa vida que nada valía y nada valdrá.
Y vuelvo a mirar por la ventana, cansado, viejo, casi sin fuerzas y vengo a descubrir a esta raza de vampiros, cruza de trajes de alpaca y sarga azul, dueños de las armas y las celdas, dueños de las balas y los cañones hidrantes, dueños de la tumba de cualquiera, socios de jueces e intendentes, descendientes de la sangre asesina de Ramón Falcón, custodios de sus víctimas, inclinados ante el mandamás de turno a la espera de la ansiada orden de golpear, cortar y machacar, que es lo que quieren porque eso establece el pacto.
Y vengo a descubrir que ese dolor que quema en la llaga abierta es producido por las dentelladas de la bestia que viene a alimentarse de mi cuerpo.
Le habían vendido mi alma al diablo y yo no lo sabía, o me hacía el distraído.
Y me pregunto si no tendremos todos que batirnos contra la partida como Fierro, aunque ya ni la esperanza quede que algún Cruz desmonte y se plante a nuestro lado, o si no estaremos ya soñando que peleamos mientras se nos va en sangre el último segundo de la vida.

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