martes, 5 de marzo de 2013

Señor que está en el billete

Recuerdo una tarde de lluvia. Estábamos de mate y bizcochitos con mi amigo Oscar. Federico, su hijo, mataba el aburrimiento jugando con la billetera, que contenía los ahorros de toda su vida. Levantó uno de dos pesos y leyó en voz alta: Bartolomé Mitre. ¿Quién fue? El padre y yo nos miramos. Tratamos de hacer memoria. Allá por 1862 fue elegido Presidente de los Argentinos. Uno de sus actos de gobierno fue integrar la Triple Alianza contra el Paraguay, un hecho vergonzoso. Con motivo del inicio de la guerra, declara en un discurso famoso: “en tres días en los cuarteles, en tres semanas en el campo de batalla y en tres meses en la Asunción”. Demoró más de tres años. Al mando del ejército aliado, comandó las tropas de la primera batalla importante de esa guerra. Fue la batalla de Curupaytí, que tuvo lugar el 22 de septiembre de 1866. Demostrando una incapacidad nunca vista, ordenó un ataque frontal que terminó con más de 10.000 soldados aliados muertos y heridos, frente a menos de 100 bajas (30 muertos) de los paraguayos. Después escribió La Historia de San Martín. En ese libro se da el lujo de criticar casi todas las decisiones estratégicas de El Gran Capitán. Ya estábamos consultando libros de historia para seguir dándole a Mitre, cuando levantó un billete de cinco y dijo: San Martín. ¿Y este, qué tal? Ese fue un grande. Un monstruo. Un genio de la guerra que siempre se preocupó por minimizar las bajas de ambos bandos. Era astuto y sabio. Liberó Argentina, Chile y Perú. ¿Y vale sólo cinco? Nos preparamos para argumentar pero ya estaba alzando uno de diez. Manuel Belgrano, leyó. Otro grande. Un revolucionario. Un hombre limpio y decente. Muy respetuoso de los pueblos originarios. Siguió con el de veinte pesos. ¿Y este?, Juan Manuel de Rosas. Oscar y yo nos miramos. Y… se dice de todo un poco. Los federales lo califican como un grande pero su política fue netamente unitaria. Entregó cientos de miles de hectáreas a los terratenientes. Bueno, pero tené en cuenta que luchó contra Francia e Inglaterra para defender la integración. ¡No digas eso! Defendía los intereses de Buenos Aires. Federico enarboló el de cincuenta. Domingo Faustino Sarmiento. Algo acalorados por la discusión anterior, nos trenzamos de nuevo. Argentina le debe la educación popular. Un educador. Un prepotente. Trajo a las maestras de Boston. Sí, y quería regalar la Patagonia. Cortó el debate enarbolando el de cien. Exclamó: Julio Argentino Roca. Ahí respiramos. Frente común. Fue un genocida. Terminó de entregar las tierras a los terratenientes. Ni siquiera andaba a caballo. Un sátrapa. Ataliva, el hermano, era su hombre de paja, el que hacía los negocios sucios. Separó a las familias y esclavizó a hombres y mujeres. Se nos había calentado el pico. Estábamos entusiasmados. Pero Federico preguntó: Y si era tan mal tipo… ¿por qué lo pusieron en el que vale más? Quedamos en silencio. Implacable, el hijo de mi amigo lanzó su último dardo: ¿Y a Menem y al otro… De la Rúa, qué valor les van a dar? Callamos. Sería bueno que alguien inventara un billete con signo negativo. Claro que necesitaríamos muchos valores distintos para honrar a unos cuántos, que hoy se llenan la boca, inmortalizando su rostro en el papel.

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