miércoles, 31 de julio de 2013

Señor del campo

Lo llevás en la sangre. Lo recibiste junto con los bienes de abolengo. Esas tierras que nunca pagaron tus ancestros, las que te regaló Rivadavia y aumentó Roca amasijando a la indiada.
Tus epopeyas siempre ocurrieron a la luz de un fuego con un costillar en la cruz. Hiciste servil al gaucho a fuerza de leyes, ginebras y jueces. No voy a ponerme a cantar al compás de la vihuela, que ya todo dicho está.
Perseverás en la insidia diciendo al que quiera oír que vos hiciste el país y que sin vos no somos nada. Dabas permiso al paisano para levantar un rancho a la sombra de los eucaliptos y a trabajar la familia entera, a procurarse el sustento, a deslomarse sin sueldo, sin escuela para los hijos y, si cuadraba, reservabas para una siesta el derecho de pernada.
Esa es la patria que hiciste. La del empréstito de la Baring Brothers, la de la Enfiteusis, la que negó ayuda a Güemes y San Martín, la que traicionó a Artigas.
Siempre estuviste ahí, en los escritorios de caoba vendiendo carne a precio mayor que el de mercado, en las matanzas de los peones de la Patagonia, en la Semana Trágica, en la masacre de Napalpí. Porque todo va con todo. Carne, trigo, maíz y esos indios de mierda que no quieren soltar la tierra.
Ningún gobierno se sostuvo sin tu ayuda y ninguno cayó sin tu condena. Escucho tus discursos encendidos desde el predio que no pagaste ni siquiera al precio vil que habías pactado con uno de tus sirvientes en una de tus tantas trapisondas.
Decís que sos el campo. Perseverás en la insidia. Sabés que a la larga el mensaje cala hondo. Repetís que sos la Patria. ¿De qué Patria me hablás? ¿De la que antes rociabas con DDT y ahora rociás con glifosato? ¿La de los frigoríficos ingleses que tanto te gustaban?
Tenías el negocio redondo. Los exportadores de granos te daban la semilla y los insumos a pagar a la cosecha, las tremendas maquinarias iban a porcentaje y el mundo entero rogaba que lloviera sobre tus tierras para que pudieran salir los barcos con las bodegas repletas.
Inventaste la siembra directa. Tu lengua insidiosa repite que devolvés los nutrientes a la tierra, aunque callás –y no por casualidad-, que el fósforo no se repone. Ya no necesitás peones. Uno o dos, a lo sumo, para que tengan las banderitas y esas cosas. Pero igual tenés al Momo, igual esquivás garparle al tipo como manda la ley.
Lo traés en los genes. Es parte de tu abolengo. Para vos, la ley está hecha a tu medida y no para que un cabeza pueda mandar los hijos a la escuela. Los chiquilines que anden por ahí, en la ranchada, entreverados con las gallinas y los gansos, que cuando lleguen a mozos ya les vas a dar trabajo como les diste al padre y al abuelo.
Te hablan de retenciones y es como si te arrancaran un pedazo del alma. ¿Quién tiene derecho a retenerte a vos nada?
Te digo, señor del campo, ladrón de la tierra, birlador de futuros, que ya hace doscientos años que venís practicando vos tus propias retenciones. Te quedaste con la salud y la educación de la peonada, te quedaste con las viviendas dignas, con el acceso a la tierra, con los esbirros, con la ley, con la justicia.
Esa justicia que tu lengua insidiosa dice que es igual para todos (Imagino al peoncito, nervioso, haciendo girar la boina sudada entre las manos, parado frente al estrado de juez que lo mira serio -serio como la muerte- y le pregunta qué quiere… Y él quiere reclamar algo que le corresponde, eso es lo que quiere. Algo que sabe que le toca pero no puede poner en palabras…).
Por eso estás furioso, porque ahora te quieren cobrar los caminos, los puertos, las redes de alta tensión, las represas, las cargas sociales. Todo lo que usaste toda la vida para retener tu parte sin rendir cuentas. Estás furioso, te entiendo.
Te volvés loco porque tenés la ley, el juez, el gendarme, tenés los silos llenos de grano y los precios se fueron a las nubes. Todo tenés, pero se te hace largo esperar las elecciones.

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