sábado, 6 de julio de 2013

Señor del sueño

Mientras escribo, Nelson Rolihlahla Mandela se acerca al fin de su vida. Acaso sueña con su sueño.
El respeto que irradian su figura y su historia es tal, que uno se achica, se encoge en la silla y los dedos deambulan sobre el teclado sopesando el uso de cada letra.
Veo a un hombre en una celda, sometido a trabajos forzados, aislado en una isla a lo largo de dieciocho años y luego, nueve más hasta sumar veintisiete.
Lo imagino aislado, rodeado por un mar de miedo y desesperanza, acechado por la locura y la soledad, interrogando al viento.
De pronto, irrumpen intérpretes y traductores que vienen a explicarme cómo era -de verdad- el sueño de Mandela.
Son hienas que merodean al gran león africano a la espera de que exhale su último aliento. Tratan de confundir con sus discursos y sus obituarios anticipados. Mezclan endecha con análisis.
Un lobo, oculto bajo otra piel, se manifestó conmovido por haber estado “donde hombres de tanto coraje se enfrentaron a la injusticia y se negaron a rendirse". No tenía que ir tan lejos para ver una cárcel. No necesita alzar la mirada hacia el horizonte para ver injusticia.
En Sudáfrica hay una lucha en la que los intereses del imperio británico aliado con los bóers echaron mano de la doctrina de la vía pacífica y la convivencia después de siglos de sangre y fuego. Y continúa. Sólo que ahora hay nuevos socios. Nuevos socios para viejos apetitos. Platino, oro y diamantes.
Es preciso mantener la paz. Nada debe perturbar la extracción de cromo, vanadio, manganeso, uranio, los que dejaron de estar apartados tienen que seguir contentándose con un dólar diario, la desocupación no tiene que bajar del 25%.
Nuevos socios, nuevas voces que pretenden traducirme del bantú la historia. Extraña exaltación de la teoría de la lucha no violenta. Es preciso olvidar los 566 niños asesinados el 16 de junio de 1976. Mejor no recordar la sangre y los cadáveres, las topadoras arrasando chozas para construir edificios de lujo en Soweto.
Veo al mundo mirando para otro lado. Como siempre. Mientras algunos me cuentan que se terminó la injusticia. Nelson Mandela, el Mandiba, el inmenso león, después de veintisiete años de zoológico fue usado por afrikáners y británicos para continuar con la explotación y se preparan los De Beers y sus socios nuevos para seguir usándolo.
El apartheid sigue vivo bajo la máscara de la igualdad de derechos. Ahora sigue su campaña de muerte y exterminio con otras armas. El SIDA, las condiciones de vida infrahumanas y las oportunidades robadas.
Oigo la mentira. Dieron vuelta las palabras, trampearon su significado. Oigo la voz de la Cía. Neerlandesa de las Indias Orientales y sus amigos del Commonwealth. Borraron el rugido del león y lo reemplazaron por el canto de la sirena.
Dice el maldito canto: Estamos en paz, hermanos. El blanco es bueno. Si hasta tienen un presidente negro allá en el Norte. Y un negro es un negro, no es un blanco. Los belgas dejaron el Congo, los británicos Sudáfrica, los franceses Argelia y los españoles el Sahara. Son buenos, hermanos, son buenos. Ellos se quedaron para administrar y mantener el orden.
Tengamos paciencia. Ya vendrán el agua corriente y las cloacas, las escuelas y universidades y nos mezclaremos blancos y negros en las salas de hospitales y sanatorios.
Paciencia, hermanos paciencia, reclamemos aumentos de sueldo, más vacaciones, aguinaldo, obras sociales, sí, reclamemos pero sin perder la calma.
Pronto van a venir los capitales a radicarse en África. Vino a visitarnos el presidente de los blancos poderosos y es un negro. Ya van a llegar las inversiones.
Vamos a tener carreteras, grandes puentes, fábricas y aeropuertos, los bancos nos darán créditos para comprar viviendas que se construirán por todas partes, nuestras playas se poblarán de turistas y hoteles de lujo. Computadoras, teléfonos celulares, hamburguesas, lavarropas, heladeras y automóviles.
Paciencia, hermanos, paciencia, pronto vamos a ver cumplido el sueño de Mandela.

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