domingo, 27 de enero de 2013

Señor de las armas




            Señor de las armas, te miro. Con mis ojos purulentos de glaucoma, mis pies descalzos, mi panza hinchada por el vacío del hambre y mis huesos sin calcio.
            Te miro. Desde la canilla a la que llego después de recorrer mil metros para llenar un bidón con agua y mierda; desde los campos yermos a los que me confinaste; desde la sala del vacunatorio donde me inyectan la prevención del mal que me inyectaste.
            Te miro. A través de la neblina de glifosato y mientras camino por los barros de petróleo y cianuro.
            Soy el que come tu basura, el que bebe tus orines, el que atraviesa subrepticiamente tus fronteras doradas para llevarte el sueño blanco.
            Veo tus cruces de fuego y tus capuchas albas, tu Enola Gay radiante sobrevolando el océano, tu lluvia defoliante y tu napalm.
            Soy el que vende a los hijos, el que trafica sus órganos, el que mata y viola por encargo, el borracho, el jugador, el fumador de paco.
            Vivo en la casa tomada, en la villa, en la favela, en las chabolas y caravanas destartaladas, en portales, bancos de plaza y bajo las autopistas.
            Señor de las armas, te observo. Te vi asesinar al asesino Bin Laden. Vi las filas de lápidas blancas alineadas sobre el césped de Arlington.
            Voy aprendiendo tu idioma y tu mapa. Hiroshima, Vietnam, Playa Girón, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Malvinas, Irak, Afganistán, Gaza, Mali.
            Observo quienes son tus amigos de toda la vida. Próceres del mundo entero: Fulgencio Batista, Idi Amín Dadá, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner, Papá Doc, Nguyên Van Thieu, Pinochet y Videla.
            Muero por comprar tus mejores inventos: Coca-cola, Winchester, Smith & Wesson, Remington, Ford y Texaco.
            Asimilo tus enseñanzas. Aprendí la técnica del submarino seco, la picana en los testículos, las pinzas que arrancan uñas y los marines que mean libros sagrados en Guantánamo.
            Aprendo, sí. Tus navidades nevadas, tu manteca de maní, tu caucho, tus hamburguesas chorreando salsa roja, tu justicia blanca, tu día de acción de gracias al señor por tu sueño de plástico y tus matanzas de escolares.
            Conozco tus proyectos: La doctrina Monroe, el plan Marshal, la Otan, la Alianza para el Progreso, Liberia, el Fmi, el Nafta y el Alca, la Guerra de las Galaxias.
            Te miro. Ladrón de Texas, padre de la maquila, matador de indios, mutilador universal.
            Reconozco en tu escudo el águila calva. Ladrona, cruza de buitre y reina de los piratas. Tenías que elegir un ave de rapiña para representar tu calaña, única en América.
            Soy uno de los repugnantes del Sur. Soy del cóndor, del hornero, del tucán y del flamenco. Soy uno más como los de Mozambique, Zambia y Burundi.
            Tengo mi propia medida del tiempo. En el Sur, cada tres segundos y medio muere de hambre un niño. Treinta mil por día, novecientos mil por mes, diez millones novecientos cincuenta mil por año.
            Hablás todas las lenguas, vestís todos los uniformes, contaminás todos los mares. Tus socios imparten órdenes en alemán y francés; tus alcahuetes entienden y obedecen.
            Prepará tus misiles para Guibón, Isla de Pascua y Kenia. Mantené tus cámaras en los satélites sobre Perú, Indonesia y Timor Oriental. Asegurá que todas tus plagas estén a punto. Vengan a nos tus drones.
            Seguro que estudiaste la historia de Alejandro de Macedonia, Timur-i Lang, Napoleón Bonaparte y Hitler. Todos los imperios se derrumban tarde o temprano. No basta con ser el señor de las armas. Aún te falta ser el señor de las almas.
           

            


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