jueves, 2 de mayo de 2013

Señor del choripán

Fuerzo mis dedos para teclear Señor de la locura, pero algo misterioso hace que te designe de otra manera.
Pienso en los 300 guapos que fueron a disparar a mansalva contra enfermos y enfermeros y quiero poner que vos sos el Señor que camina por el borde, pero no sale.
¿Será que estoy yo también escindido y cuando pienso un nombre para vos escribo otro? Creo que voy camino a la esquizofrenia.
Veo una brigada de 300 efectivos, guarnecidos tras escudos que recuerdan a las legiones romanas, disparar contra enemigos que huyen vestidos con camisetas y guardapolvos blancos o verdes, mientras topadoras amarillas destruyen el último refugio que les queda. No puede ser cierto, debo estar sufriendo una alucinación.
Oigo y veo gente en las confiterías y bares discutiendo sobre estas escenas de violencia que no comprendo. ¿Se oye el silencio? Yo sí. Oigo silencios cómplices. Silencios que aúllan prepotencia.
¿Por qué digito en mi teclado Señor de la prepotencia y leo en la pantalla Señor del choripán? Algo está desarreglado en mi cabeza. Sé que es un síntoma agudo. Últimamente se repite con mayor frecuencia esto de ver cosas que no pueden ser la realidad.
Me asomo al balcón y veo ríos en las avenidas, autos que flotan y giran en remolinos. Veo camiones que levantan la basura y, sin embargo, cuando recorro Buenos Aires veo basura en todas las esquinas. Veo ríos que se entierran y ríos que salen a la superficie, subterráneos a cielo abierto construidos sobre la misma traza de otros que van bajo tierra. Leo que son vetadas leyes votadas por legisladores. Estoy loco.
Soy yo, estoy seguro. Perdí la noción de la realidad. Los diarios muestran fotos de espaldas estragadas por cinco, diez, veinte perdigones. Dicen que son las espaldas de internos de un hospital que atacaron con piedras y palos a los legionarios. No puede ser.
Insisto. Quiero escribir Señor del perdigón, Señor de la topadora, Señor de la basura, Señor del agua desmadrada y siempre leo Señor del choripán.
No puede ser que el kiosco de choripán de la Av. Sarmiento tenga un cartel que reza: GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES. Estoy volviéndome loco. No puede haber un restorán sin baño, mugriento, con pilas de bolsas de carbón donde anidan ratas y cucarachas patrocinado por el Gobierno de la Ciudad. ¿Kioscos esponsoreados?
No confío en lo que veo. Voy a la Costanera Sur en busca de aire limpio. Cuando era chico las maestras nos llevaban a ver el monumento erigido a un señor que había entregado su salvavidas a una mujer durante un naufragio. Altruismo, decían. Luis Viale, nombraban.
Humo, papelitos y roña. Miro en derredor y veo los carritos de choripán adornados con guirnaldas. Veo las pilas de bolsas de carbón, los tachos de agua mierdosa donde se lavan las copas, los baños que no existen, el camión misterioso que entrega ristras de chorizos y otras carnes de dudosa procedencia. ¿Bromatología no tiene topadoras?
Entonces, empiezo a comprender lo que ocurre con mis dedos. Ya vienen a buscarme para llevarme más allá del borde, al Borda, con mis amigos. Antes de que lleguen intento escribir tu nombre: Señor de la inundación, Señor de la basura, Señor del veto, Señor de la importación de partes de automóviles, Señor de los 200 días de vacaciones, Señor de la dura barba…
No hay nada que hacer. Escribo mil nombres. Es inútil: la pantalla sólo muestra Señor del choripán.

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