jueves, 6 de junio de 2013

Señor de la clase política


Cuando era muchacho se hablaba de tres clases: el proletariado, la burguesía y la oligarquía. Había algunas variantes según el color del cristal. El campesinado, por ejemplo, que no terminaba de engrosar la clase obrera transido por la propiedad de unas pocas hectáreas cuya tenencia trastornaba su criterio y la clase media, que trataba de huir del olor a grasa y el humo de los braseros de las casas paternas, siempre con un pie en el barro y el otro sobre la alfombra.
Había sectores desclasados, los intelectuales -mote pronunciado por los esbirros de turno con tono de desprecio-, los artistas y los estudiantes corrían una suerte similar. Chabones destinados a ir a parar a una seccional para averiguación de antecedentes.
Pero no había una clase política. Los políticos surgían de las bases a las que pertenecían y decían representar. Los partidos tenían sus funcionarios, desde luego, presentaban una y otra vez sus candidatos en las pocas, ocasionales, eventuales elecciones que se sucedían y, por lo general, eran siempre los mismos. Sólo la muerte los sacaba del circo. Todo por el curro.
Ahora parece que la división en clases hubiera desaparecido. No hay ya obreros, campesinos, burgueses y oli-garcas. Ahora hay electorado. Un amasijo de votantes divididos por una línea muy delgada, casi inapreciable, que los separa en dos grupos. Uno, iluminado, que sabe qué hace falta y otro, integrado por los boludos del resto del país que no entienden una goma.
Surge así, victoriosa, a la faz de la tierra, una nueva y gloriosa clase: la política. ¿De dónde salió? Fueron ellos mismos los que acuñaron el concepto “clase política”.
D.R.A.E.: clase.
(Del lat. classis). 1. f. Orden o número de personas del mismo grado, calidad u oficio.
En resumidas cuentas, están separados del resto por su grado, calidad u oficio. Subclase: partidos.
Los partidos se alternan en el poder según la iluminación del electorado. Se alternan para meternos la mano en el bolsillo –casi escribo el dedo en el culo-. Se insultan, se pelean, se calumnian, pero todo sucede entre pares. Mete gol, entra.
Y si les va mal, si chorean y coimean a cuatro manos, cuentan con el lentísimo andar de la justicia y el refugio en los fueros, se retiran de la arena por un tiempo, van a dar conferencias a Harvard, al FMI o a Ecuador, abren una consultoría donde ofrecen sus malas artes al mejor postor y andá a cantarle a Gardel.
Así es como no tienen miedo de caer en manos de la justicia ni del juicio de los mismos de su clase. Tampoco tienen pudor. No es por pudor que se van a yirar por unos años después de cometer sus fechorías. No es que lamenten haber conducido al país a un desastre. Sólo se trata de una táctica que lo único que requiere es no tener vergüenza.
Después vuelven. Les dan micrófonos, cámaras y primeras planas para que nos vuelvan a mentir. El que ocupa el máximo cargo de un partido acaba de calificar de “conchudo” a un correligionario. Nada dijo del presidente Fernando de la Rúa. Todavía está pendiente la autocrítica por un gobierno que se salvó del naufragio en helicóptero y dejó al país en Pampa y la vía, con más de 30 muertos y cientos de palos verdes cobrados en comisiones por las “buenas noticias” que nos traía de la banca internacional.
Vuelven los economistas del fracaso, Cavallo, Sturzenegger, Melconian –gran asesor económico del menemato-, los gurúes y oráculos que festejaban la estabilidad del 1 a 1, los que callaron las licitaciones tramposas, las privatizaciones que nos dejaron en pelotas, los que robaron para la corona y los que iban a limpiar el Riachuelo en 1000 días.
¿Hace falta hablar del corralito, el corralón, la venta de la acción de oro de YPF, el Correo, Aerolíneas Argentinas, el contrabando (¿oficial?) de armas, Kosteki y Santillán y el desguace de la flota mercante y los ferrocarriles? ¿Hace falta hablar de la corte de payasos que supimos conseguir?
Tal vez no haga falta. Pero los boludos que no entendemos nada de nada –entre los que me incluyo-, no podemos olvidar a estos señores de la política.
Que no logren ponerse de acuerdo entre ellos es muy peligroso. Tengamos memoria. Si no pueden con los votos van a ir por las botas.
Oí hablar de una dictadura de votos. Casi como si dijeran que es lo mismo una mayoría parlamentaria que una de las tantas que tuvimos de sable y fusil. ¿Será que lo están deseando? Como si no hubiera un Congreso, una Corte Suprema, juzgados, cámaras y un calendario electoral. ¿Qué querrá sugerir con esto de “dictadura de votos” el señor Mitre?
Oí decir que somos como la Alemania nazi, la de los hornos de Hitler. De paso, digo que voces parecidas y parecidos discursos fueron la antesala del horror nacionalsocialista boche. Orden y reorganización son palabras muy queridas por los dictadores.
¿Cómo se puede hablar de dictadura en un momento en el que todos dicen todo?
Hablan y hablan sin dejar de decir que no se puede hablar. Total, en este ispa de locos y boludos, a nosotros, el electorado que no sabe un pomo de nada, resulta fácil vendernos un buzón.

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