“Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.”
Fray Bartolomé de las Casas
La victoria da derechos.
No hay manera de dar vuelta las cosas y hacer como si nada hubiera
pasado. Los millones de aborígenes asesinados por las armas y las pestes no
pueden volver a la vida. Las toneladas de plata y oro que reactivaron a la
exhausta economía de Europa no pueden ser devueltas a América, ni el capital ni
los intereses.
No sólo hubo una crueldad física que provoca espanto –los perros
cazadores de indios, la tortura, las violaciones y masacres-, además, sumada a
ella hubo una crueldad psicológica ejercida por los que venían a evangelizar y
a traer la fe cristiana. Prueba de esta afirmación son las imágenes de los
llamados “ángeles arcabuceros”. Los sacerdotes católicos hacían tallar imágenes
de soldados con armadura y arcabuz en mano con el sorprendente aditamento de
dos alas angelicales de gran tamaño que parecían sostenerlos en el aire por
obra de una fuerza sobrenatural. Así, la conquista y la muerte -provocada por
la magia de la pólvora y el plomo- eran pregonadas como mensaje divino.
¿Cómo volver atrás el tiempo? Tendríamos que volver a los barcos para
regresar a España, a Italia, Francia, Polonia, Rusia, China y tantos más y aún
con eso, ¿sería suficiente? ¿Deberíamos incendiar los pueblos, arrasar los
campos, tomar las criaturas de las tetas
de las madres por las piernas y reventar sus cabezas contra las peñas de
Europa; destruir nuestros templos y reemplazar sus dioses por Pillán, el
dios del trueno? ¿Vaciaríamos las arcas, quitaríamos el oro que recubre los
altares, destruiríamos la economía para devolver una parte de lo robado? ¿Cuánto
daño habríamos de inferirnos para una debida retaliación? Imposible. Ni
siquiera somos capaces de imaginar la devastación, la impotencia, la furia.
Bastaría con cerrar los ojos un momento para ver el fuego, los aceros
cortando brazos y cabezas, los niños arrancados de las madres, las pilas de
cadáveres comidos por las pústulas de la viruela, los hombres blancos cubiertos
de metal pulido rodeados del humo de la pólvora, el ruido, los gritos
implorando una piedad que nunca recibieron, los hombres esclavizados marcados
por distintas mutilaciones. ¿Quién se atreverá a decir cuál es la reparación
debida a los pueblos originarios?
Asumamos que la victoria da derechos. Asumamos que no podremos jamás
reparar el daño, restañar las heridas, levantar la sangre derramada en la
tierra y devolverla a las venas. Vinimos en los barcos a conquistar un
continente virgen y, mal que nos pese, la invasión fue a sangre y fuego y no
hay regreso.
Lo que podemos (más allá de los discursos que vociferan nuestros
políticos de turno, más allá de las leyes que los legisladores nunca votan, más
allá de los jueces y fiscales del sistema), es intentar asegurar un medio de
vida razonable para los pocos sobrevivientes de la masacre. Delimitar las
reservas y otorgar la escritura de dominio, construir pequeños mataderos
artesanales comunitarios (controlados por profesionales) que les permitan
vender en blanco y a precio digno la producción, otorgar créditos para
planteles óptimos de ganado vacuno o caprino, retirar los templos de religiones
impuestas por los conquistadores, acercar
provisiones a precios normales, etc. Agregue usted lo que quiera a la lista.
Hagamos un plan de lo que se pueda hacer, un plan posible. Pronto, los
gendarmes van a cargar en sus escopetas cartuchos con postas de plomo; se acabará
el tiempo de las palabras.
Sencillamente increible lo que puede hacer el ser humano!!!!
ResponderEliminarMe produce una tristeza infinita!!